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jueves, 31 de octubre de 2013

Especial Halloween con Amentia

¡Hola utópic@s!

Nosotras ya estamos listas para Halloween, incluso hemos costumizado el blog para tal ocasión. Pero, ¿y vosotros?, ¿estáis preparados para hacer truco o trato?

Desde Universos Utópicos te proponemos un trato: un viaje al terror y la locura donde los guías serán la muerte, las pesadillas, el suspense, la paranoia, el crimen, la demencia, la fantasía… Un viaje cuyo destino es Amentia, la antología que te hará perder la razón.


Os recordamos que podéis descargaros gratuitamente esta antología de relatos de terror y pesadillas. ¿Y dónde podéis conseguirla? Muy sencillo, sólo tenéis que entrar en el siguiente enlace de en Bubok: http://www.bubok.es/libros/228123/Antologia-Amentia

O también podéis leerla on-line en Goodreads

Y si quieres saber más sobre esta aterradora antología y sus perturbados autores, no dejes de visitar la web oficial de Amentia: http://amentiantologia.wix.com/amentiantologia

Hasta pronto, utópicos… Si es que sobrevivís. 
¡Feliz Halloween! 

lunes, 7 de octubre de 2013

AMENTIA, una antología terroríficamente buena

¡Hola, utópic@s!
Hoy vamos a hacer una excepción en las entradas de ortotipografía de cada lunes (tranquil@s, esta será mañana) para contaros una gran noticia, y es que la antología AMENTIA ya está disponible en descarga gratuita. Sí, habéis leído bien: descarga gratuita ;D

Para l@s más despistadill@s que no sepan todavía qué es AMENTIA (que siempre los hay), os dejo la nota de prensa que tan gentilmente ha elaborado nuestra querida reina del mal de la antología, Julieta P. Carrizo. 

ANTOLOGÍA AMENTIA

Amentia es una antología que nace con una finalidad: juntar autores noveles de todo el mundo para compartir terroríficos relatos, bajo un tema: “La locura”, en cualquiera de sus facetas. Después de una convocatoria donde se recibieron relatos de diversos países tanto europeos como latinoamericanos, de una exhaustiva selección, y una votación de lectores, llegan a nosotros los relatos finalistas de este certamen. Pero, además, no solo es una antología de fantásticas historias, sino que cuenta con el prólogo del escritor de terror Juan de Dios Garduño.

Amentia es locura, muerte, amor enfermo, presencias sobrenaturales, enfermedad… pero sobre todo, Amentia es una compilación de relatos donde los autores queremos regalar, a todos los amantes del género, una buena antología de terror.

A partir de hoy, 7 de octubre, Amentia Epub se encontrará disponible para descarga gratuita en formato MOBI. y EPUB, para que puedan leerla en cualquier lector, Tablet o Pc. Para ello solo tenéis que entrar a la página web: 
http://amentiantologia.wix.com/amentiantologia#!dondeconseguirlo/chgz y clickear en el link que los llevará a la página de descarga en BUBOK. 

Como estos relatos se alimentarán solo de los comentarios de los lectores, agradeceríamos que aquellos que los leáis, se den un pequeño tiempo para puntuarnos y dejarnos su opinión, que es muy importante para nosotros.

Amentia ha llegado para quedarse… y formar parte de tus pesadillas. ¿Estáis preparados para adentraros en este mundo de locura?


Título: Antología Amentia

Autores: Juan de Dios Garduño, Tere Oteo Iglesias, Nieves H. Hidalgo, Laura Morales, Angy W., Laura López Alfranca, Itsy Pozuelo, Kassfinol, Cintia Ana Morrow, Vanesa Vázquez, Carmen de la Cuerda, Israel Santamaría Canales, José Vicente García, Francisco Escaño, Haizea López, Leonor Ñañez, Rhodea Blasón, Marcos Llemes, Misha Baker y Julieta P. Carrizo.

Portada e ilustración: Marcos Llemes
Género: Antología – terror
Fecha de publicación: versión digital, Octubre de 2013.
Precio: Descarga gratuita

RELATOS: Los relatos que forman parte de la antología son los siguientes:
  1. Horror en Coventown – Julieta P. Carrizo
  2. TIC, TAC – Tere Oteo Iglesias
  3. 900º – Tere Oteo Iglesias
  4. Los fantasmas no existen – Laura Morales
  5. Todas tus mentiras – Kassfinol
  6. Invitados – Cintia Ana Morrow
  7. El sonido de la muerte – Vanesa Vázquez
  8. Posesión – Carmen de la Cuerda
  9. Eppour si muove – Israel Santamaría Canales
  10. Bienvenida, hermana – Laura López Alfranca
  11. El laberinto – Angy W.
  12. Muerte viviente – Angy W.
  13. Tiempo – Nieves H. Hidalgo
  14. El código Dewey – Nieves H. Hidalgo
  15. Ojo por ojo – José Vicente García
  16. Agua Mansa – Leonor Ñañez
  17. El cuerpo – Leonor Ñañez
  18. La uña – Francisco Escaño
  19. El ángel maldito – Itsy Pozuelo
  20. Angustia – Haizea López
  21. El gemelo imperfecto – Rhodea Blasón
  22. Despierta – Misha Baker
  23. Solo un juego – Misha Baker
  24. La enamorada de John Dahmer – Marcos Llemes
  25. Fase de negación – Marcos Llemes
a     Así que ya sabéis, si os gusta pasar miedo (y a todos nos gusta, admitámoslo) mientras disfrutáis de una lectura inigualable, ya estáis tardando en descargaros la antología AMENTIA

¡Feliz y terrorífica semana!

viernes, 19 de abril de 2013

Antología «Amentia»

Locos, dementes, asesinos, sociópatas, verdugos, homicidas, perturbados… Muchos son nuestros nombres, pero por uno solo respondemos: ESCRITORES

¡Hola, utópicos! 

No os asustéis, aún no, que todavía algo de cordura me queda. Pero es que hoy os quiero hablar de de algo muy especial: la antología Amentia. Se trata de una recopilación de relatos cortos donde el miedo, la locura y la muerte es el nexo común que ha unido a muchos escritores de diferentes nacionalidades. Y donde (todo hay que decirlo) podréis encontrar dos relatos míos: Tiempo y El código Dewey


Bajo la atenta mirada de sus “padres” y organizadores, Misha Baker y Marcos Llemes, esta antología ya es una realidad, una que está arrasando en Wattpad, pues en muy pocos días se ha colocado en el primer puesto de la categoría de horror
En el siguiente link que pertenece al Wattpad de Misha podréis encontrar los relatos: http://www.wattpad.com/story/4919048-antolog%C3%ADa-amentia


Cada día se subirán más relatos hasta completar los 20 seleccionados y los de sus “padres”, pero debido al aluvión de relatos recibidos, se incluirán 3 relatos más que serán elegidos por votación de los lectores. Misha avisará cuáles son estos relatos conforme los vaya subiendo a su Wattpad. Por eso tenéis que entrar cada día, leer las historias y votar. 
Eso sí, si entráis en Amentia será bajo vuestra responsabilidad, pues os adentraréis en un mundo nuevo de donde ya no es posible salir… ¿Estás preparado? 

Pero, dramatismos aparte, eso no es todo, habrá una segunda versión de Amentia, que será editada en ebook y de descarga gratuita, y que contará con las impresionantes ilustraciones de uno de sus “padres”, Marcos, quien también ha diseñado la portada. ¿A qué es extraordinaria? 

Por supuesto, esta antología también tiene una “madre”, y la nuestra es Julieta P. Carrizo, quien se está encargando de crear la página web, la página de Facebook y demás redes sociales para dar a conocer Amentia. Pronto estarán listas y podréis encontrar allí no solo los relatos, sino información de los autores, ilustraciones, etc. Os voy a dejar una captura de la web para que veáis cómo será… Espero que Julieta no me mate por ello :P 


Por último, quiera utilizar este espacio para decir que Amentia es mucho más que una antología, gracias a ella he tenido el placer de conocer a increíbles escritores y maravillosas personas, y lo más importante, de forjar amistades y pasar ratos muy divertidos e inolvidables. 

Qué tengáis un gran fin de semana. ¡Hasta pronto!

jueves, 14 de marzo de 2013

Relato corto «Hambre»


¡Hola utópic@s! 

Hoy quiero compartir con vosotros un nuevo relato, una historia un tanto singular que le dedico a mi gran amiga Mª Ángeles Ojeda por todo el apoyo y cariño que me ha dado desde que nos conocemos. Espero que os guste y disfrutéis con la lectura :D


Elora se encontraba en la avenida central de la ciudad, deslumbrada por las luces y aturdida por los miles de estímulos que le llegaban de todas partes. Coches, tiendas, edificios, farolas, música, gente de toda clase y muy variopinta, todo era captado por sus ojos y memorizado al detalle en su mente, como si de una fotografía se tratara. Era la primera vez que estaba en la urbe, y también sería la última.
Elora procedía de un pequeño pueblo junto a la costa, aislado por los abruptos acantilados y cerrado a la influencia del mundo exterior. Se regían por las tradiciones ancestrales que habían marcado sus vidas y la de sus antepasados, no había lugar para los cambios ni para la evolución. Simplemente las cosas eran así, no cambiaba nada, no lo había hecho en más de setecientos años, hasta los edificios eran los mismos, restaurados tras el paso del tiempo, pero los mismos. También los oficios, y las gentes, las mismas familias, las mismas caras que veía cada día, porque estaban aislados. Un gran bosque delimitaba su aldea, una ingente extensión forestal a la que estaba prohibido acceder, siquiera acercarse; era una frontera que les impedía salir del pueblo a sus habitantes, pero también una muralla de árboles que vedaba la entrada a los forasteros.
Pero pese a ser una reclusión forzosa para los aldeanos, la vida pacífica y tranquila compensaba este hecho. Aunque no para Elora, esa vida ya no era suficiente para ella, no tras saber que existía todo un mundo más allá. Como bibliotecaria de la aldea, igual que su madre y su abuela antes que ella, había tenido acceso a todos los libros, pero la joven sí los leyó, conoció otros lugares, otras culturas, otras vidas que le habían negado por el simple hecho de nacer en aquel lugar. Ella tenía sueños que iban mucho más allá que casarse, tener hijos y envejecer entre los límites de aquel pequeño pueblo. Sueños que habían intentado arrebatarle todos; sus padres, sus hermanos, los vecinos, e incluso el alcalde habían intentado disuadirla para que olvidara esas fantasías de las que hablaba. Pero ella quería salir, aunque fuese una vez, aunque solo fuera a la ciudad cercana, una urbe situada a pocos kilómetros del otro lado del bosque.
—La ciudad no es para nosotros —le había dicho el alcalde.
—Ellos no son como nosotros, son traicioneros y crueles. Podrían hacerte daño —le había insistido su padre imaginando lo que podrían hacerle a su hija.
—Ni siquiera se alimentan como nosotros —le había explicado su madre.
Pero ninguna de las advertencias, explicaciones o prohibiciones había conseguido detenerla. Sabía que la ciudad era muy diferente de la aldea, distintas culturas, distintas personas, pero precisamente eso era lo que ella ansiaba conocer. Por eso, una noche, aprovechando la oscuridad de luna oculta tras las nubes, consiguió salir de su casa sin ser vista y llegar hasta la linde del bosque. Eran tres días de largo camino sin más medios que sus propios pies para atravesarlo, pasaría frío, padecería hambre y sed, pero eso no importaba, cruzaría el bosque y experimentaría en persona todo aquello sobre lo que había leído. Suspiró y sin mirar atrás se internó en la frondosidad del camino.
Llegó al otro lado en poco más de tres días, famélica, sedienta y extenuada, pero no podía parar, seguramente la estarían buscando, y si la encontraban la obligarían a regresar a la aldea. Continuó caminando, sacando fuerzas de la emoción y expectación que sentía al encontrarse ya tan cerca. Fue dejando los árboles tras de sí hasta que ya no hubo ninguno, únicamente una extensión de tierra vacía que culminaba en un alto montículo impidiendo ver lo que había más allá. Pero cuando llegó hasta él y lo subió, descubrió lo que allí se escondía: la ciudad, dibujada por las luces que procedían de ella, puntos luminosos y centelleantes, como si las estrellas del firmamento hubieran bajado a la tierra para darle la bienvenida e indicarle el camino.
Impresionada por ver todo aquello, salió corriendo colina abajo, llena de una renovada energía. Corrió y corrió como si la persiguieran, cruzando calles e intersecciones, dejando atrás barrios enteros hasta llegar a la avenida central, «el corazón de la urbe, donde todo es posible», como decían sus libros. Comenzó a dar vueltas sobre sí misma, mirando a su alrededor, allí estaba el teatro, más allá el cine, a lo lejos podía distinguir un parque con columpios, y en el otro lado cientos de tiendas y establecimientos. Se dirigió allí cruzando la calzada como si estuviera poseída mientras los coches la esquivaban y los conductores la insultaban por cruzar de aquella manera tan impudente. Pero no les prestó atención, estaba extasiada mirando el escaparate de una tienda donde filas y filas de ropa se amontonaban: vestidos, faldas, pantalones y camisas, aunque muy diferentes de las vestimentas que se usaban en la aldea, telas llenas de colores que ni sabía que existían, e incluso parecían tener texturas distintas.
De pronto, algo en su interior se despertó súbitamente y dejó de mirar la tienda de ropa. Cerró los ojos y se concentró en el aire, saboreando los suculentos aromas que en él flotaban. Un hambre voraz rugía desde su estómago y guiaba sus pasos sin que ella pudiera hacer nada, hasta detenerse en el siguiente comercio: un gran ventanal revelaba tras el mostrador al que debía de ser el tendero, y este estaba rodeado de tartas y pasteles, al menos eso parecían, aunque no eran como las que conocía de su pueblo natal.
El tendero la miró con mala cara a través del cristal, estaba ensuciando el escaparate, dejándolo lleno de huellas que se hacían más visibles con el vaho de cada exhalación. Pero Elora no se percató de ello, seguía poseída por ese apetito insaciable que le nublaba el juicio.
«Ni siquiera se alimentan como nosotros», resonaba la voz de su madre en su cabeza cuando la advertía de las diferencias con la ciudad.
Pero no estaba pensando, no podía hacerlo sintiendo esa hambre feroz desgarrándola por dentro.
«Podrían hacerte daño», le había advertido su padre. Y podrían, sí, pero solo si la atrapaban. Era lista, era rápida, era muy ágil, podría coger uno sin que nadie se diera cuenta. Solo uno, aquel pequeño junto al mostrador que parecía invitarla a comérselo, que la llamaba a gritos desde su envoltura.
Se humedeció los labios con la lengua imaginando el sabor de la primera cubierta oscura, tierna y ligeramente salada. Después tragó saliva al pensar en las demás capas, algunas crujientes, otras más tiernas y jugosas, y de múltiples texturas. Y el relleno, ¡oh!, ese relleno líquido de un rojo tan intenso que le hacía llegar al éxtasis cuando lo probaba.
Por uno no pasará nada. —Fue Elora quien pronunció aquellas palabras, aunque realmente era el hambre quien hablaba—. Por uno no pasará nada. Solo uno. Uno —repetía mientras entraba en la tienda.
El tendero cambió el ceño fruncido que había tenido hasta ese momento por una sonrisa cuando la vio entrar pensando que sería una buena clienta y compraría muchos pasteles. Y continuó sonriendo cuando Elora se acercó más al mostrador hasta detenerse justo delante de él. Sin embargo, su sonrisa cambió rápidamente a una mueca de sorpresa y confusión cuando esta se abalanzó sobre él saltando por encima de la madera y tirándolo al suelo. Después su expresión se transformó en terror y pánico cuando la joven abrió la boca desencajando la mandíbula para asestar un feroz mordisco que le arrancó parte del cuello.
Ummm, esa piel mulata del tendero era tan sabrosa, y la dulzura de sus músculos era sublime. Los huesos eran más finos de lo que imaginó, aun así eran deliciosos, y los órganos, exquisitos: un corazón fuerte y terso, las entrañas viscosas y densas, como más le gustaban. Y la sangre roja y caliente, todavía podía notar la adrenalina en el fluido vital que absorbía del cuerpo inerte yaciendo entre sus brazos.

martes, 26 de febrero de 2013

Relato corto: Hostal Vanhttos

¡Hola utópic@s! 

Hoy quiero compartir con vosotros un relato que le prometí escribir a mi querido amigo Diego M., y que está inspirado en los variopintos alojamientos en los que ha estado durante sus viajes. Así que aquí os lo dejo, dedicándoselo con mucho cariño y esperando que disfrutéis de la lectura ;)


  Llovía ferozmente, diluviaba, una capa densa de agua se deslizaba por el parabrisas, como una cortina tupida que le impedía a Darío ver la carretera. Los faros del coche se esforzaban por iluminar la oscuridad, aunque no podían; solo los amenazantes rayos alumbraban intermitentemente el camino. Con la iluminación de uno de esos relámpagos Darío consiguió ver el cartel que señalizaba un hospedaje a pocos kilómetros.
    «Quizás debería pasar la noche ahí», pensó, aunque no le gustaba la idea de perder otro día en el viaje, pero sabía que seguir conduciendo con ese tiempo sería una temeridad, no conseguía ver nada, siquiera si iba o no dentro del carril. Mientras sopesaba las opciones, el coche patinó sobre el asfalto mojado y durante unos segundos perdió el control.
   —¡Joder! —gritó Darío con el corazón latiendo a mil por hora cuando consiguió enderezarlo.
    Si le quedaba alguna duda, se había disipado, definitivamente pasaría la noche allí y continuaría el viaje por la mañana. Tomó el desvío para entrar en una carretera de mala muerte llena de baches y al salir de una curva apareció ante él la baja edificación de las habitaciones coronada con un letrero luminoso que rezaba «Hostal Vanhttos»; y detrás de esta, un viejo y enorme caserón del mismo estilo que el complejo de habitaciones.
Norman Bates y Psicosis fueron las primeras imágenes que llegaron a su mente al ver el conjunto de edificaciones del hostal.
    —No seas paranoico —se dijo a sí mismo volviendo a hablar solo, una costumbre que había adquirido por pasar tantas horas viajando sin compañía.
    Mientras aparcaba delante de la oficina, se percató de que no había ningún otro coche en el aparcamiento, y eso le hizo imaginar todo tipo de cosas, y no precisamente agradables. Pero también era consciente de que la tormenta y la noche cerrada lo hacía todo más lúgubre; seguramente por la mañana, con la luz del sol, ese lugar hasta sería acogedor.
   Con la maleta en la mano, salió corriendo desde el coche hasta el porche techado, aunque esos pocos metros bastaron para acabar empapado. Entró en la oficina farfullando una maldición, no obstante, las sonrisas y la cálida bienvenida de la pareja de mediana edad que le saludaban desde detrás del mostrador hizo que su mal humor se suavizara un poco. Aunque pronto volvió a incrementar por la insistencia de Ritta, la encargada del hostal, en intentar mantener una apasionada charla sobre las inclemencias climatológicas mientras formalizaban el papeleo y el pago de la habitación. Darío asentía y comentaba alguna que otra frase típica por educación, estaba claro que no tenía ganas de hablar, menos porque le costaba entenderla con el marcado acento extranjero que tenía.
   Finalmente le dio la llave y le indicó cuál era su habitación, y Klauss, el marido de Ritta, se ofreció a acompañarle y llevarle el equipaje. Declinando la oferta amablemente, se dirigió a la habitación, la última puerta que se veía en el porche, aunque antes de llegar vio unas máquinas expendedoras. A falta de un bar o una cafetería cercana, la cena consistiría en un refresco y un sándwich de la máquina, que quién sabría cuánto tiempo llevarían allí y en qué condiciones estarían, pero la otra opción era una chocolatina con el envoltorio roto y medio derretida.
    Llegó a la habitación y desde la puerta se quedó observándola, evidentemente no era un palacio, pero al menos parecía limpia, más que otros lugares donde se había alojado. Una cama, una mesilla de noche, una lámpara de pie, una silla forjada, una cómoda antigua y un televisor era todo el mobiliario que había en la habitación. También había una puerta en la pared de enfrente, el baño. Y luego estaban los cuadros, varios paisajes de montañas y bosques, al menos no eran bodegones.
   «¿Por qué a todo el mundo le da por pintar frutas en una mesa? Eso es algo que nunca llegaré a entender», pensó Darío recordando los cuadros de los muchos hostales en los que había estado por su trabajo itinerante.
   Entró en la habitación y dejó la cena sobre la cómoda, esta tenía una marca en la madera, como si hubieran puesto algo muy caliente sobre ella y se hubiera grabado la forma. Aunque era extraña, parecía que hubieran hecho un círculo grande y dentro cuatro más pequeños, pero daba la sensación de que eran a la vez más y menos profundos que el mayor. Pasó los dedos por la señal, recorriéndola, era intrigante, enigmática, incluso siniestra. Algo en aquella marca le atraía, pero en aquel momento un trueno restalló fuertemente y le devolvió a la realidad: aún con la maleta en la mano y con la ropa mojada.
   Dejando la maleta sobre la cama, sacó el pijama, después entró en el baño para ducharse, y cuando vio que el plato de ducha no tenía cortina se sintió aliviado, pues toda clase de extrañas ideas y escenas de famosas películas le pasaban por la cabeza.
     Seco y relajado ya, se acercó a la cómoda para coger la cena, aunque se quedó mirando la misteriosa marca, ahora le parecía más grande que antes, aunque eso fuese imposible. Desechando esa absurda idea, se sentó en la cama con la espalda apoyada en el cabecero, de modo que quedó frente al televisor que descansaba sobre la cómoda, pero al encender este solo encontró estática. Fue pasando los canales uno por uno, en todos lo mismo; y en ese momento recordó que Ritta había comentado algo al respecto, con la tormenta se solía ir la señal. Iba a ser una noche muy larga.
   Se dispuso a cenar en silencio, solo con el sonido de masticar y del envoltorio crujiendo cuando lo movía. La ventana hizo de improvisada televisión, lluvia y más lluvia, y de vez en cuando un rayo, ese era todo el paisaje, y aunque no era entretenido, era toda la distracción que podía tener en aquel lugar. Al menos hasta que percibió un movimiento por el rabillo del ojo y dio un respingo en la cama.
  Miró a su alrededor sobresaltado, pero no había nada ni nadie, estaba solo en la habitación. Esperó unos momentos y todo seguía en calma, únicamente con el sonido de la lluvia de fondo a un ritmo constante. Sin embargo, juraría que algo se había movido, algo cerca de la cómoda; no, no cerca de, sino en la cómoda, pero allí no había nada, el televisor estaba completamente apagado, ni siquiera tenía la luz de stand by encendida.
    —Estás tan cansado que ya ves cosas raras —se decía a sí mismo tratando de calmarse, aunque en su voz no había demasiada convicción.
   Intentando no pensar más en ello continuó con el sándwich, aunque esta vez se quedó mirando la cómoda. ¿Cómo un simple mueble podía ponerle tan nervioso?
    Se obligó a sí mismo a dejar de mirarla, la situación era ridícula, esta sería otra de esas anécdotas que contar a los amigos. Amigos…
   «Tal vez podría llamar a Andrea, aunque es tarde ya», comenzó a cavilar. «Pero seguro que aún no se ha acostado, y cuando le cuente cómo es este sitio, inventará alguna historia fantasmagórica pero divertida con la que nos reiremos».
   Decidido a llamar, cogió el móvil que había dejado sobre la mesilla, pero cuando lo tuvo en la mano vio que no tenía cobertura, solo podía llamar a emergencias.
    —Genial, simplemente genial. —La ironía llenaba cada letra de la frase.
    Enfadado por saberse incomunicado, arrojó el teléfono sobre la cama y se levantó para tirar lo que le quedaba de la improvisada cena. Después se dirigió al baño con el neceser en la mano, pero justo entonces un rayo de la tormenta exterior iluminó la habitación y las luces comenzaron a titilar mientras se escuchaba el rugir del trueno. No se atrevió ni a maldecir, no solo por el temblor de las bombillas, que le dejaba intermitentemente a oscuras, sino porque la marca de la cómoda comenzó a adquirir un tono rojizo que la hacía destacar más del mueble.
   Completamente inmóvil y sin dejar de vigilar la dichosa marca, esperó a que las luces volvieran a permanecer fijas. Luego, con pasos lentos y precavidos, como si temiese despertar a una bestia dormida, se dirigió al baño, pero la caída de un nuevo rayo apagó todas las luces dejándole totalmente a oscuras. No obstante, la oscuridad solo duró unos instantes, pues la marca comenzó a iluminarse nuevamente, primero con un tenue fulgor y después con la potencia de un foco industrial, proyectando un haz cobrizo desde el propio mueble hasta el techo.
  Darío estaba asustado, eso era innegable, respiraba entrecortadamente y notaba el corazón desbocado, miraba la extraña luz y después a su alrededor, esperando ya que sucediera cualquier cosa. Y a punto estuvo de sufrir un paro cardiaco cuando unos fuertes golpes sonaron por toda la habitación. Golpes que se repitieron tras unos instantes, después se oyó una voz:
    —Señor Morales, soy Klauss. Disculpe que le moleste, pero…
   Darío no escuchó el resto de la frase, ya se imaginaba al hombre con un hacha en la mano, lista para cortarle por la mitad en cuando echara la puerta abajo. Y su imaginación iba más allá, predecía la conversación que tendría el matrimonio gerente del hostal después de matarle:
    «Querida, tú esconde el coche que yo me desharé del cadáver».
    «Sí, querido, pero no tardes mucho, que el asado está en el horno y se va a pasar».
    Más golpes en la puerta le devolvieron a la realidad, y coincidiendo con la llamada la luz procedente de la marca comenzó a atenuar su fulgor hasta apagarse.
    —Señor Morales —insistía Klauss—, le traigo una linterna, se ha ido la luz en todo el edificio. —Tras unos instantes esperando una respuesta que no llegó, continuó—: Oiga, ¿está usted bien? ¿Necesita ayuda?
    Le traía una linterna, y se preocupaba por su bienestar, tenía que reaccionar y dejar de imaginar cosas raras, aunque dudaba que la marca iluminándose hubiera sido producto de su imaginación. No obstante, se dirigió hacia la puerta, no sin alejarse todo lo posible de la cómoda.
   Cuando por fin abrió la puerta se encontró allí a Klauss con cara de preocupación, sosteniendo la mencionada linterna en una mano y un juego de llaves en la otra.
    —Ah, señor Morales, me tenía preocupado, estaba a punto de entrar para comprobar si estaba… —No terminó la frase, la expresión de pánico y aturdimiento de su inquilino le habían enmudecido—. ¿Se encuentra bien? ¿Quiere que avise a Ritta para que le prepare una tila?
   —Yo… yo… ¿Ha visto eso? —preguntó Darío girándose y señalando la cómoda.
   —¿El qué? —El gerente recorrió la habitación con la linterna.
   —Eso, ¿no lo ve? La cómoda, la marca, la luz que salía de ella.
  Klauss le mirada extrañado, Darío estaba balbuceando incoherente y parecía estar asustado de un mueble. Justo en ese instante la luz regresó e iluminó la habitación.
  —Señor, ese mueble es una vieja reliquia familiar, lo trajimos con nosotros cuando dejamos nuestro país para venir aquí. —La explicación de Klauss no parecía convencerle—. Tal vez debería usted sentarse y…
   —¡No! —le cortó bruscamente, aunque luego se arrepintió de ello—. Yo solo es que… ¿De verdad que no lo ha visto?
   Klauss negó con la cabeza y esperó paciente a que Darío se calmase, y este dudaba ya de si lo que había visto había sido real o no. Lo mejor sería irse de inmediato de aquel lugar, pero la tormenta seguía descargando lluvia con furia y tan agitado como estaba tendría un accidente en cuanto se pusiera al volante. Aunque tal vez podría hacer otra cosa.
    —¿Podría cambiar de habitación?
Klauss le miró extrañado por la inesperada petición, pero accedió. Le ayudó a recoger sus cosas y le guió por el porche, pasando delante de varias puertas y abriéndolas todas hasta que su inquilino indicó la habitación que prefería, la que estaba más alejada de donde inicialmente se había alojado. Aguardó hasta que este revisara la estancia y diera su conformidad, después se dirigió a la oficina.
    Darío encajó la silla que había en el pomo de la puerta para impedir que la abrieran, después se sentó en la cama de la nueva habitación, abrazando fuertemente la maleta y mirando las paredes desnudas, completamente desprovistas de muebles, eso era lo que quería. Si no tenía más remedio que pasar la noche allí, al menos lo haría lejos de esa maldita cómoda que tantos sofocones le estaba dando.
    Pasó el tiempo, no supo exactamente cuánto, para él fueron horas en ese estado de alerta en el que se encontraba, aunque tal vez solo fueran unos minutos. Poco a poco comenzó a relajar el abrazo sobre la maleta y lentamente sus ojos se fueron cerrando, no quería quedarse dormido, quería permanecer despierto hasta que llegase la mañana, pero con la calma tras tanta tensión acumulada, inevitablemente se quedó dormido. Sin embargo, muy poco duró la tranquilidad del sueño, un sonido estridente le hizo despertarse, un ruido como de arrastrar algo pesado. Abrió los ojos, se incorporó y un grito ahogado escapó de su garganta. Allí estaba, la cómoda, la de la marca, delante de la cama, a menos de un metro de él, amenazante y aterradora. ¿Cómo había llegado hasta allí? La puerta seguía cerrada, la silla, encajada. ¿Qué demonios estaba sucediendo?
   Sin más respuesta que la luz cobriza titilando desde la marca, prometiendo iluminar toda la habitación y quién sabe qué más, Darío se revolvió en la cama, encogiéndose todo lo que pudo hasta acabar de pie sobre el colchón.
   —Esto no está pasando, no está pasando. Solo lo estoy imaginando. Los muebles no se mueven solos, y no se iluminan, por supuesto que no se iluminan.
  Pero la marca seguía aumentando su luz mientras la cómoda se agitaba como si la zarandearan unas manos invisibles, tirando por tierra toda su argumentación.
   —Ha tenido que ser Klauss. Sí, de alguna forma ha entrado y la ha traído. Está loco, se cree que es Norman Bates, tendrá a su madre momificada en el caserón —desvariaba histérico Darío—. Y ese acento tan marcado que tiene, que tienen los dos, seguramente son rusos, o rumanos, sí, rumanos de Transilvania, y son siervos de un vampiro o algo peor. Y esta es su marca, una especie de hechizo para volver locas a sus víctimas antes de dárselas a su señor.
   La luz era cada vez más fuerte, toda la habitación estaba teñida ya de un tono rojizo refulgente. Y mientras, Darío seguía delirando:
   —Y ese nombre, Hostal Vanhttos, ¿qué nombre es ese? Tiene que ser el nombre de algún demonio de su cultura, uno al que invocan para que se alimentase de los huéspedes.
    La cómoda vibraba con un movimiento tan vehemente que parecía que fuese a explotar, pero verla así, extrañamente hizo que Darío reaccionara.
    —Me voy, tengo que irme de aquí —era una orden a sí mismo—. ¡Jódete, maldita! ¡A mí no vas a comerme! —le gritó al mueble mientras saltaba de la cama maleta en mano.
    Corrió hacia la puerta y luchó con la silla para desencajarla, y justo en el momento en que consiguió abrirla Klauss apareció delante de él.
     —Señor Morales, ¿ocurre algo?
     —¡Maldito psicópata! —le gritó mientras le empujaba violentamente para abrirse paso hasta el porche—. Te haces el loco ahora, pero sabes perfectamente lo que pasa.
Salió corriendo hacia el coche mientras buscaba las llaves desesperadamente dentro de la maleta. Consiguió encontrarlas y entrar en el vehículo. Con un derrape sobre el barro, salió a toda prisa alejándose de aquel hostal.
    Klauss se quedó mirando atónito cómo el coche se alejaba bajo la constante lluvia, luego negó con la cabeza, como si aún no pudiese creer lo que había ocurrido. Después se dirigió a la oficina, donde Ritta tejía una bufanda apaciblemente sentada en un sillón.
   —Querida —dijo Klauss mientras dejaba un extraño y afilado instrumento bajo el mostrador—, el señor Morales se ha ido finalmente.
     —Oh, es una verdadera pena —respondió ella afligida dejando el punto—. Parecía un buen hombre, justo como le gustan a él.
    —Sí, y ya solo faltaban unos minutos para que se materializara Vanhttos. —Suspiró desanimado—. En fin, iré a la casa y traeré de la mazmorra a otro huésped para el sacrificio.